miércoles, 26 de noviembre de 2014

Darme cuenta.

En el  verano de 2013, Buenos Aires estaba muy calurosa. Así, que buscando un poco de aire fresco y algo de brisa, comencé a ir al Parque de la Memoria. Este está  ubicado a la vera del Río de la Plata, justo donde finalizan los edificios de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires. Por eso se hace muy agradable estar allí, es sumamente refrescante.

Ya había ido en alguna oportunidad, pero cuando aún no estaba terminada la obra. Después pasaron varios años durante los cuales no volví a visitar el parque. Igualmente sabía por diversas fuentes  que lo habían terminado y  que estaba muy lindo.

El lugar en sí mismo es hermoso. Hay un Museo, un gran mural donde se encuentran las  placas con los nombres de  los miles de desaparecidos a causa de la última dictadura militar, plantas en grandes canteros que armonizan con el paisaje y mucho espacio abierto. También hay varios monumentos recordatorios. Todo en medio de una panorámica magnifica del Río de la Plata con  senderos  muy agradables para caminar…

Siempre voy al caer la tarde. Llevo una silla plegable y me siento en ella a mirar el horizonte sobre el río. Sentir la brisa fresca sobre mi cuerpo me otorga una extraña paz. Creo que a ello contribuye  el ambiente que se respira en ese lugar.
Se ve mucha gente tomando mate, paseando en bicicleta,  leyendo, niños jugando o simplemente  grupos de amigos en amenas charlas. Fui varias veces y siempre noté lo mismo. No hay gritos, hasta se habla en voz baja y el gran río como telón de fondo.

Pero  la última vez que fui, me sucedió algo extraño. Estaba sentada en mi silla con el mate en la mano, mirando relajadamente el río y el horizonte. De pronto de frente  a mi apareció una mujer grande, sin ser anciana, unos 60 a 63 años. Se sentó en uno de los canteros con plantas. Pasó un largo rato mirando como yo, el río y el horizonte. Su expresión  era concentrada y triste. Eso llamó mi atención. En un momento dado, comenzó a quitar  malezas que estaban alrededor de  un arbusto cercano a su mano.
 ¿Porqué sacará los yuyos? ─ pensé yo ─ con la cantidad de plantas que había en ese lugar ¿Quién lo  iba a notar?
Pero ella siguió con su tarea, dedicada y prolija.
Llegó a formar una montañita con la maleza que molestaba a la planta.
─ Que rara─ pensé.
Pero de golpe se me produjo como un chispazo que me hizo comprender que significaba su acción. Imaginé en ese momento, que ella cuidaba con gran amor la  tumba de algún ser querido. Uno de aquellos miles que desaparecieron hace ya casi 35 años. Nombres de jóvenes que figuraban en esas frías placas del mural. Por suerte,  ella no vio las lágrimas que no alcancé a retener a causa de la emoción que me produjo descubrir ese hecho.

Los familiares de los desaparecidos, no tienen una tumba, ni un cementerio donde ir a poner una flor o cuidar una plantita. Por eso este parque se llama de La Memoria. Y al ver lo que hacía esta mujer, pensé que saludaba a un novio,  un hermano, un amigo,  un padre...


Ahí tomé conciencia y pude darme cuenta, de  que la paz, el trajinar respetuoso de los concurrentes, tenía que ver con "La Memoria".

2 comentarios:

  1. Que bello relato Gely, te felicito por el corazón y la compasión que posees.
    Es este tipo de encantos que hacen del mundo un lugar mejor, que jamás nos falte tu mirada y tu pensamiento.
    Te mando un beso grande y feliz estreno de blog!

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  2. Gracias Silvia, me pusiste un comentario demasiado lindo!!!
    Un abrazo!

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