sábado, 3 de enero de 2015

El encanto de viajar (2008)

Regina y Gustavo viajaban mucho. Les encantaba. En coche, en tren, en avión… les gustaba de cualquier manera, el tema era viajar.

Recorrían muchísimos lugares, siempre juntos. Sobre todo,  ciudades y pueblos de  América Latina. Interactuaban con sus gentes,  sus costumbres,  tradiciones, las   comidas... Conversaban con los habitantes de cada territorio,  escuchaban sus problemáticas. En cada nuevo viaje volvían a comprobar  una vez más, que el “lugar mágico en el cual todo fuese paz y tranquilidad”, no existía. Hasta aquel que vivía solitario en medio de una montaña, padecía  adversidades.

 En estos viajes,  así sin un rumbo  muy fijo,  Regina había conocido algo parecido a  la felicidad, o por lo menos algunos de los momentos más felices de su vida y también de mayor plenitud. Los podía poner en plural,  ya  que había sucedido varias veces.

A Regina le gustaba andar, pero   tenía muchísimo temor a las rutas con sus accidentes,  a los lugares muy pobres, a los tumultos de gente… en fin, era terriblemente miedosa.
Por eso antes de iniciar un nuevo viaje,  entraba en una especie de pánico.  Para vencerlo se veía forzada a  emprender una lucha  muy ardua  consigo misma. ¡Tratar de superarse!  Se decía a si misma que si debía  morir durante uno de estos paseos,  ya sea por accidente en una ruta o porque cayera de un precipicio, estaría muriendo en su propia ley. Quiera o no,  este pensamiento le ayudaba.

Gustavo que no ignoraba esta angustia y temor, trataba de ayudarla. Estaba  convencido por  experiencia, que finalmente ella, terminaría disfrutando muchísimo esas aventuras.
Sabía que  le  encantaba ir escuchando música mientras el coche devoraba kilómetros y kilómetros de ruta. Por otro lado, era el único momento en que ambos  prestaban  total atención  a las letras de las canciones, a lo que quería decir el autor. Por eso, semanas antes de iniciar uno de estos viajes,  Gustavo comenzaba a seleccionar música y a grabarla.  Le dedicaba mucho tiempo a esa tarea y la hacía con verdadero esmero.

Y era ahí,  cuando iban juntos por las rutas escuchando  música,  conversando sobre que había intentado expresar el autor, filosofando sobre la vida... tomando mate, mirando el paisaje....Era,  cuando Regina sentía que la felicidad  podía ser posible!! Sentía que había vencido al miedo…

Eran momentos  inigualables,  de plenitud total.  Regina no necesitaba más que eso: Su compañero de vida,  al que en ese instante sentía cuanto lo  quería... y el contexto que los rodeaba. Para  ella,  eso tan simple, era la felicidad.

 Más de  una vez, Regina quiso decirle a Gustavo lo feliz que se sentía, como disfrutaba  esos  momentos  que  él producía especialmente para ella y manifestarle con palabras su agradecimiento. Pero nunca lo hizo. Nunca se atrevió a romper la magia de esos instantes... aunque  tampoco hacía falta, simplemente porque ambos sabían que era así.

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