Regina
y Gustavo viajaban mucho. Les encantaba. En coche, en tren, en avión… les
gustaba de cualquier manera, el tema era viajar.
Recorrían
muchísimos lugares, siempre juntos. Sobre todo, ciudades y pueblos de América Latina. Interactuaban con sus gentes,
sus costumbres, tradiciones, las comidas... Conversaban con los habitantes de
cada territorio, escuchaban sus problemáticas.
En cada nuevo viaje volvían a comprobar una
vez más, que el “lugar mágico en el cual todo fuese paz y tranquilidad”, no
existía. Hasta aquel que vivía solitario en medio de una montaña, padecía adversidades.
En estos viajes, así sin un rumbo muy fijo,
Regina había conocido algo parecido a
la felicidad, o por lo menos algunos de los momentos más felices de su
vida y también de mayor plenitud. Los podía poner en plural, ya que
había sucedido varias veces.
A
Regina le gustaba andar, pero tenía muchísimo temor a las rutas con sus
accidentes, a los lugares muy pobres, a
los tumultos de gente… en fin, era terriblemente miedosa.
Por
eso antes de iniciar un nuevo viaje, entraba en una especie de pánico. Para vencerlo se veía forzada a emprender una lucha muy ardua
consigo misma. ¡Tratar de superarse! Se decía a si misma que si debía morir durante uno de estos paseos, ya sea por accidente en una ruta o porque
cayera de un precipicio, estaría muriendo en su propia ley. Quiera o no, este pensamiento le ayudaba.
Gustavo
que no ignoraba esta angustia y temor, trataba de ayudarla. Estaba convencido por experiencia, que finalmente ella, terminaría disfrutando
muchísimo esas aventuras.
Sabía
que le encantaba ir escuchando música mientras el
coche devoraba kilómetros y kilómetros de ruta. Por otro lado, era el único
momento en que ambos prestaban total atención a las letras de las canciones, a lo que quería
decir el autor. Por eso, semanas antes de iniciar uno de estos viajes, Gustavo comenzaba a seleccionar música y a
grabarla. Le dedicaba mucho tiempo a esa
tarea y la hacía con verdadero esmero.
Y
era ahí, cuando iban juntos por las
rutas escuchando música, conversando sobre que había intentado
expresar el autor, filosofando sobre la vida... tomando mate, mirando el
paisaje....Era, cuando Regina sentía que
la felicidad podía ser posible!! Sentía
que había vencido al miedo…
Eran
momentos inigualables, de plenitud total. Regina no necesitaba más que eso: Su
compañero de vida, al que en ese
instante sentía cuanto lo quería... y el
contexto que los rodeaba. Para ella, eso tan simple, era la felicidad.
Más de una vez, Regina quiso decirle a Gustavo lo
feliz que se sentía, como disfrutaba
esos momentos que él
producía especialmente para ella y manifestarle con palabras su agradecimiento.
Pero nunca lo hizo. Nunca se atrevió a romper la magia de esos instantes...
aunque tampoco hacía falta, simplemente
porque ambos sabían que era así.
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