Esta es la 2da. parte del relato que nos viene brindando Horacio, por lo cual para aquellos que recién se incorporan a la lectura, les sugiero leer en esta misma página del blog, pero más abajo, la 1ra. parte. No tiene desperdicio!
Gracias una vez más Horacio!
Traspasada la puerta de migraciones entré a un hall no muy grande que daba ya a las puertas de salida del aeropuerto y donde se encontraban algunos mostradores de despacho de equipaje, por supuesto los dos más importantes eran Air France y Air Argelie (الخطوط الجوية الجزائرية), en medio del hall, un mostrador mayor y, sobre la pared, un gran cartel indicador de horarios de vuelos que era de tablillas móviles acorde a la época, más árabes con turbantes y túnicas esperando a algún viajero y una cantidad similar de hiyab (túnicas con velo), bajo los cuales, aparte de ojos, había mujeres.
Gracias una vez más Horacio!
Traspasada la puerta de migraciones entré a un hall no muy grande que daba ya a las puertas de salida del aeropuerto y donde se encontraban algunos mostradores de despacho de equipaje, por supuesto los dos más importantes eran Air France y Air Argelie (الخطوط الجوية الجزائرية), en medio del hall, un mostrador mayor y, sobre la pared, un gran cartel indicador de horarios de vuelos que era de tablillas móviles acorde a la época, más árabes con turbantes y túnicas esperando a algún viajero y una cantidad similar de hiyab (túnicas con velo), bajo los cuales, aparte de ojos, había mujeres.
Ansioso miraba a
mi alrededor en busca del primoroso cartelito con mi nombre señalándome el
camino hacia el humano que estuviera detrás de él y me permitiera reconocerlo inmediatamente
como a un hermano del alma. Los turbantes y los hiyab comenzaron a marcharse de
a poco parloteando con alguno de mis víctimas/asesinos del avión y el cartelito
sin aparecer. En un momento dado, me encontré solo en el hall y, presintiendo un
futuro cercano bastante fulería, diría mi abuelo, me senté sobre las valijas
resignado y a su vez esperanzado que el cartel hubiera tenido un problema y
estuviera retrasado.
No fue así, los simpáticos
policías militares tamaño familiar y con armas que serían la envidia de Rambo,
pasaban de a dos o tres haciendo su ronda y observándome. Comenzaron a
cerrar el aeropuerto y mi desazón aumentaba en forma cuadrática al porcentaje
de aeropuerto cerrado. De repente, el sonido de las tabillas del indicador de
vuelos moviéndose llamó mi atención y veo a una chica de uniforme que, detrás
del mostrador, comenzaba a ponerlas en su posición neutra y a cerrar lo único
que quedaba abierto. Salí disparado al mostrador a preguntarle a la chica si
hablaba inglés. Un “no” como respuesta, terminó por confirmar mi presentimiento
sobre que ese no era mi mejor día. No desesperé, porque ya estaba al límite de
la desesperación, y se me ocurrió decirle una palabra que es internacional
“Hotel”. La increíble, bella, inteligente, etc., etc., niña sacó una hoja
en la cual había un listado de hoteles y me la alcanzó. No le pedí que se
casara conmigo en ese momento por una cuestión de idioma. Entre toda la lista
de hoteles, uno de ellos se llamaba, existe actualmente, Hotel d’anglaterre. Indudablemente
el nombre me sugirió que allí se hablaba inglés, y de ese anoté la dirección.
Ahora, a tratar de llegar.
Salí fuera del aeropuerto
para ver si veía un taxi pero con resultados negativos, cuando veo pasar algo
así como un comisario de abordo al cual paro y en el cual encuentro otro negado
al idioma inglés, pero, ya con mi consumada experiencia internacional, le
descargo, implacable, la palabra “TAXI”. Me levanta el pulgar en señal
afirmativa, y ya yo, completamente lanzado, saco unos Dólares y le muestro la
dirección del hotel dándole a entender que quería saber el costo del viaje. Me
señala los Dólares, me dice no con el dedo y me muestra Dinares, la moneda
local. Me hace señas de que lo siga, entramos nuevamente al hall y vamos hasta
un baño, dentro del cual, fuera de la vista de los guardias, iba a decir que me
cambió, pero mejor digo me curró, una buena cantidad de Dólares por unos
Dinares. Sin duda que no estaba en posición de discutir y más sin tener idea
del cambio. Salimos nuevamente y me acompañó hasta una parada de taxis, en la
que tomo uno hasta el hotel con la grata sorpresa que lo cambiado me alcanzó
para pagar el viaje.
Calle de La Casbah con Horacio de muy joven, en el fondo. |
Entré al hotel más triunfante
que Aníbal, aunque sin los elefantes porque en los hoteles no se permiten
mascotas, y digo un rotundo y firme “Good Night, I need a room”. El “Yes Sir”
se hizo esperar hasta la mañana, ya que ninguno de los dos conserjes hablaba
inglés y me disparan un poco entendible “English in the morning”. Acuso el
golpe y, levantando mi dedo acusador, señalo el tablero de llaves. A estas
alturas, ya mi capacidad de razonamiento era nula y mi cabeza estaba
completamente embotada. Por suerte me entienden y tomando una de las llaves, el
conserje me indica las escaleras y me acompaña hasta una habitación. Abre
la puerta, entra la valija y me entrega la llave, yo meto la mano en el
bolsillo para darle una propina y realmente no se si lo redondo y chato que le
di fueron monedas o las pastillas Renomé de Menta que se habían salido del
paquete con el trajín del viaje. Me inclino más por las pastillas, porque al
otro día, el conserje tenía mucho mejor aliento.
Antes de desarmar la valija,
quise relajarme un poco y me asomé a la ventana, la cual tenía vista a La Casbah. La oscuridad de
la noche y los tenebrosos techos negros de hollín con humeantes chimeneas
sumado a las angostas callejuelas no contribuyeron en nada a bajar mi nivel de
stress. Me dejé caer de espaldas cayendo cruzado sobre la cama, que por suerte
estaba detrás de mí, la cual se hundió emitiendo gemidos de elásticos gastados
al sentir mi peso, dándole más aire de suspenso a la situación. Observando de
reojo, sin apartar las vista de las gruesas puertas talladas de un ropero igual
al de las películas, y del cual un posible sicario con una daga Gumia curva
podía salir de el, pase a despertarme al otro día tal cual había caído en la
cama y con la valija sin abrir.
De ahí en más, la situación
mejoró notablemente. El conserje de la mañana, al que le voy a estar
eternamente agradecido, hablaba inglés y aparte era muy amable. Gracias a su
ayuda logré ubicar el teléfono de la compañía. Llamé y al decir quién era, la
respuesta fue “Pero que hace acá, usted no estaba en Londres?”.
NOTA: A veces, por prejuicios, no tomamos el
camino más sencillo. Después de un tiempo, me enteré que si bien no muchos
argelinos hablaban inglés, si había una muy importante cantidad de ellos que
hablaba castellano, debido a que eran descendientes de los Árabes que ocuparon
el sur de España por 400 años.
Horacio Navarro
Que verdad tan grande la de los prejuicios...
ResponderEliminarYo creo que de estar en tu situación y a la edad que tenias, me hubiera puesto a llorar desconsoladamente.
Me encanta tu relato!!!