miércoles, 7 de enero de 2015

Roberto Sanchez, Sandro.

Hace unos días se cumplió un aniversario más de la muerte de un popular cantante argentino llamado Roberto Sanchez. “Sandro” era su nombre artístico. Un personaje muy querido. Por eso me acordé de esta pequeña historia que me la contó una amiga,  para que yo la escriba. Espero que haya quedado lo más parecido a su relato original.

Me llamo Laura y pregunto:
- ¿Quién no tuvo un ídolo cuando fue adolescente?
- Estela, mi hermana menor,  lo tenía.
Yo le llevo 4 años y  ella tenía alrededor de  14 años,  cuando sucedió lo que paso a contar:
Estábamos fines de la década de los 60 aproximadamente. No recuerdo  la fecha justa. Pero había un cantante muy popular llamado Sandro, que trastornaba a  mujeres de todas las edades. En ese entonces él, estaba en su plenitud. A mi particularmente no me movía ni un pelo, pero a Estela la enloquecía. El era muy atractivo y lo llamaban “El Gitano”, pues tenía un aire de ese tipo. Debo aclarar que cuando fui mayor, Sandro me empezó a gustar y me gusta hasta hoy en día.

Volviendo a la historia, Estela comenzó a escribirle cartas. Pasaba días redactando, corrigiendo el texto, viendo en que tipo de sobre la iba a enviar. Cuando finalmente daba por terminada la carta, se dirigía al correo. No estaba cerca, había que caminar unas 15 largas cuadras hasta llegar a él. Entonces compraba la estampilla y  despachaba su adorada carta. Para mi era un misterio cómo había conseguido la dirección de la casa de Sandro.
Luego seguía la agonía de la espera. Todos los días perseguía al cartero para ver si por distraído, no se le había pasado la dirección de nuestra casa. Pero no, era que  Sandro no contestaba.
Yo la cargaba y con bastante crueldad, le decía:
 Pero vos estás loca si pensás que te va a contestar…
Como se tenía mucha fe,  me respondía:
 Sí. ¡Me va a contestar!
Este devenir duró como un año y medio. Enviaba la carta y esperaba… Luego otra y volvía a esperar. La respuesta jamás llegó.

Finalmente un día decidió que iba a ir personalmente a la casa de él, en Banfield. Golpearía su puerta y Sandro en persona la atendería.
Yo en el tren de seguirle la corriente, le preguntaba:
 ¿Y qué le vas a decir cuándo salga?
 ¿Porqué, nunca contestó mis cartas?  Eso le voy a decir.
 Pero es que no te responde a vos y a ninguna de sus miles de admiradoras  le decía.
 No podes comparar,  lo mío es distinto. ¡Yo lo amo!
 ¿No entendés que todas sus Fans lo aman? Anotate al club de admiradoras…
 No. ¡Eso no!  Yo no quiero ser una más del montón. Voy a hablar personalmente con él.

¿Cómo logró convencerme? No sé, pero la acompañé ya que ella era muy chica para hacer sola semejante viaje. Vivíamos en el oeste del conurbano y hasta Banfield era un tirón con dos  trenes y colectivos.
Salimos temprano con una excusa.  Algo como  “que pasaríamos el día en casa de una prima…”
Llegamos. La casa de Sandro era muy grande y la rodeada  un alto muro. Tenía una entrada principal, donde ya había varias mujeres jóvenes gritando:
 ¡¡Sandro!!... ¡¡Vení!!… Tus nenas te quieren ver…



Mientras esperábamos yo entablé conversación con un señor, quién me contó que él venía una vez por mes a acompañar a su mujer, fanática total del ídolo.
Pregunté:  ¿Y suele salir a saludar a las fans?
 Depende  me respondió  A veces sale al balconcito ese ¿Ve? Saluda unos minutos y luego entra. Pero hay veces que ni aparece.
 ¿Y entonces que hacen?
 Nada. Lo llaman a los gritos,  pegan carteles en las paredes, le dejan cartas y luego se van. El barrio ya está acostumbrado…


Esperamos casi dos horas… Cuando Estela se convenció que Sandro no iba a salir, me dijo:
 Bueno, volvamos a casa.
Durante el viaje de vuelta no dijo una sola palabra, pero yo le veía una inmensa tristeza en la mirada. A partir de ese día nunca más lo volvió a mencionar.

Un saludo.
 Laura.

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